Thursday, October 30, 2008

S.P.



Para asegurarme si luzco bien, echo un vistazo desde los zapatos hasta los botones de mi saco. Curioso, pero a pesar de la importancia de esta reunión no me siento nervioso. Después de pasar el dispositivo de seguridad, camino con más soltura atravesando los extensos pasillos, adonde la simetría es la regla. Ella camina delante de mí, tremenda rubia, y cada cierto tiempo me mira, yo le sonrío, y luego me concentro en la gracia de sus altos y afilados tacones, que a cada paso tiemblan deliciosamente, produciendo un eco que va llenando las frías y altas galerías. Después de 22 minutos de caminata, paramos frente a una puerta con un rótulo incrustado que dice “Snacks” en letras luminosas, la rubia compone una combinación en el teclado debajo de la cerradura, y la puerta se abre, amablemente me cede el paso. A mis espaldas el tremendo golpe de la puerta que se cierra, me hace reaccionar como un animal asustado y quedo frente a ella. Una risa burlona le invade y tratando de no ser tan evidente se tapa la boca con la mano izquierda, mientras que con su derecha abierta me ofrece un puñado de monedas. Si esta rubia no fuera tan hermosa, le habría lanzado las malditas monedas. Pero en cambio le sonrío dócilmente, con un gesto desencajado por el susto que todavía me agita el pulso. El lugar adonde nos encontramos ahora, es todo lo opuesto al que quedó detrás de la ruidosa puerta, aquí la única luz que existe es la que proviene de las máquinas traga monedas, que forman dos filas, una a cada lado del estrecho pasillo.

—¿Are you hungry? —me pregunta la rubia.

—Un poco—le contesto.

—Tamales are the best, would you like to try it?

—Sí.

—Put couple quarters on this machine.

Deslizo dos monedas por la ranura e inmediatamente del fondo de la máquina aparece una señora con delantal, detrás de una enorme olla adonde un líquido verdoso hierve empañando los cristales de la vitrina, con una rápida maniobra saca el tamal de la olla, lo desenvuelve, desecha las hojas y lo sirve en un plato. Una correa lo arrastra hasta una compuerta por la que introduzco mi mano. La señora, dibuja un par de círculos en el vidrio, y en ese mismo momento reconozco en su rostro, el de mi madre.

—If you want some fresh coffe better hurry up, we have not so much time left, do you need more quarters? —pregunta la rubia.

—No gracias. Disculpe, tengo algo que decirle.

—What?

—La señora en esa máquina es mi mamá.

—She’s making good money, so don’t worry. We need to run now, is almost time for your appointment.

La rubia empieza a caminar con el café en la mano que chupa cuidadosamente, y yo, la sigo con el humeante tamal en mi plato. Los diferentes olores que brotan de aquellas máquinas, reconstruyen un pasado al que no sé si todavía pertenezco. Antes de alcanzar la puerta en el otro extremo, logro probar el tamal, que esparce en mi boca un repugnante sabor obligándome a escupir. La rubia de espaldas no se da cuenta de nada, y entonces aprovecho para dejarlo en el suelo, sin hacer ningún ruido. Cuando ella me abre la puerta, le enseño el plato vacío, sonríe y me señala la basura, doblo el plato tres veces y lo guardo en mi bolsillo. La rubia arruga entre sus manos el vaso de donde salen gotas de café y lo lanza por encima de mí, logrando encestar con precisión. Entramos al nuevo aposento, adonde una gigantesca bandera gris ondea vigorosamente, como si tuviera vida propia, pues aquí no hay ventanas por donde corra el viento. Del techo cuelgan infinidad de lámparas, que a pesar de su brillantez, no logran apartar mi vista, hay algo, como un hormigueo que va y viene por sus ramificaciones. La rubia se ha puesto unas gafas oscuras que la hacen ver aún más sexy, me toma del brazo y empezamos a caminar. La altura del techo es de incalculables dimensiones, y aquel hormigueo no es ni más ni menos que el movimiento de hombres encargados de algún trabajo. Bajo la vista para descansar de la destellante luz, que invade tan dramáticamente todo el lugar. Camino guiado por la rubia, con mis ojos cerrados.

—¿Me podría dar unos anteojos? —le pregunto a la rubia.

—Only for employes, sorry.

Con las pupilas ya más acostumbradas, logro desentrañar el misterio. Aquellos hombres allá en las alturas, reemplazan los bombillos de las enormes lámparas que se funden a cada minuto, calculo trabajarán unos cincuenta en cada una, que como monos brincan de un lado al otro, desde aquí parece un circo de pulgas. Seguimos caminando y de un golpe me cubren la cabeza con una capucha, dejándome completamente a ciegas.

—Don’t worry, is just part of the requirements—dice la rubia mientras cuidadosamente me sienta. A mi alrededor oigo movimiento de sillones, mesas, cristalería y hasta alguien probando un micrófono. Gente viene y va, se hablan, susurran, De un monotazo me sacan la capucha. En una fila, en frente de mí, siete hombres, vestidos de traje entero, anteojos oscuros, piel blanca y con idénticas facciones, me saludan al mismo tiempo.

—Hello Mr. Chávez, what a pleasure to have you this evening—el saludo es un coro perfectamente sincronizado, también sus movimientos son uno solo, cada gesto se repite en los siete hombres como si fueran reflejos de una misma imagen.

—Hola señor presidente, gracias por su tiempo—contesto.

—Let’s go straight to the point, would you like to become a “S.P.” —dice uno de los siete señores, mientras los otros seis se limitan a sonreír.

—Un S.P., ¿que es eso?

—A serious person, it’s that correct?

—Correcto.

—Well, how many cylinders your car have?

—Cuatro.

—Not too many, young man. Do you have A.C. on your car?

—Perdón.

—Air conditioner?

—Ah, no tampoco.

—The last question and maybe the most import one, do you have credit?

—No señor.

—Mr. Chávez, I am afraid that you are not eligible.

—Pero, cuál es el problema?

—In order to become an S.P. you at least need to have credit, it is an offence to live in this country without it.

Con gestos amenazantes los siete hombres se levantan al mismo tiempo, extrayendo de sus sacos diferentes cosas, tomates, naranjas, mangos y bananos, siento temor y me pongo de pie. Todas las frutas se estrellan contra mí, y después noto que contra el suelo rebotan, como si estuvieran hechas de goma. Corro por galerías y salas, con un tumulto de gentes que parece aumentar a cada paso. Las frutas de goma me siguen lloviendo, y es ridículo ver como mis enemigos insisten, sin lograr producirme ningún dolor, mucho más angustiante es ver sus caras rabiosas y oír sus gritos de odio. Logro por fin salir del edificio y sigo corriendo sin parar. Al doblar la esquina estoy de vuelta en mi barrio, reconozco la calle sin salida y las casas protegidas con alambre navaja. Un portón rojo de latas, extrañamente desprovisto de tan filosa protección, aparece al lado izquierdo de la acera, desesperadamente lo escalo sin mucha dificultad. Cuando caigo del otro lado, recupero el aliento sentado en el pavimento. A mi derecha la fachada de una casa se extiende hacia el fondo y en medio de dos mecedoras una puerta abierta por la que ingreso rápidamente sin pensarlo. En la sala hay dos mujeres con largas trenzas, blusas bordadas y faldas de satín, hablando con tres hombres vestidos de blanco y sombrero de ala ancha, todos muy quemados por el sol. Me refugio debajo de una mesa y comienzo a llorar desconsoladamente. La más vieja de las dos mujeres se acerca ofreciéndome un vaso con leche.

—Con esto se le va a pasar el susto, se puede quedar hasta que no haya peligro.

—¿Y que tal si nos agarran a todos por su culpa? —dice un cuarto hombre que ingresa a la casa, sus duras facciones contrastan con el gesto compasivo de los demás.  

—Es un fugitivo y no sabemos porqué lo buscan. Tengo razón cuando les digo que hay que conformarse con lo que uno nació, que cuando nos regalan lo que alguna vez fue prestado, siempre sigue siendo prestado, que los favores nunca se pagan y se usan para esclavizar.

He recibido varias cartas de mi familia cargadas de esperanza, ellos trabajan duro por agregarle un par de cilindros y aire acondicionado a mi auto, pero lo de mi crédito, no sé, no dicen nada al respecto. Olvidé cuanto tiempo ha pasado desde que aprendí a vivir debajo de esta mesa y a saciar mi sed con la leche que me da esa mujer.

 

 

 

    

 

2 comments:

Unknown said...

"—In order to become an S.P. you at least need to have credit, it is an offence to live in this country without it."

Más real imposible.

rut said...

genial, escalofriante!, puedo ver las imágenes como si pasaras un corto por mi cabeza. Gracias por compartir estas letras que no son sueños ni pesadillas sino más bien como realidades paralelas.