—Como lo hace Dios, ¿verdad papi?—dijo la pequeña.
El, silencioso, sintió como esa pregunta lo sorprendía, enrollándosele como hiedra alrededor de su entrenadísimo cerebro. Ni las arduas pruebas a las que había sido sometido en laboratorios, ni las horas agotadoras de intricado entrenamiento, tuvieron la fuerza de aquella simple pregunta, que ahora le producía un efecto de avalancha en sus pensamientos. Adentro del casco, suspendidas las lágrimas muy cerca de sus ojos, se convirtieron en dos diminutas bolas de cristal idénticas. Nunca se había permitido un centímetro de esoterismo porque la ciencia lo abarcaba todo, pero ahora quién podría darse cuenta estando en la soledad de su traje espacial. Encerrada en una lágrima la tierra estirándose y encogiéndose, dominada por los efectos de la física, en la otra observó una réplica de la primera. No encontró ningún designio o seña sobrenatural, lo que si notó fue que habían ahora tres planetas tierra, dos hechos de lágrimas y uno real formado con los tres elementos. Volvió a llorar, solo para sentirse capaz de crear mundos y entonces recordó la pregunta de su hija.
—Como lo hace Dios, ¿verdad papi?
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