Wednesday, December 3, 2008

El retrato de mamá

Mamá quiso verme antes de morirse, entonces, inventé el pretexto de que no habían vuelos. Seas como seas seguirás siendo mi hija, fueron las últimas palabras que pronunció por teléfono, después me asomé a la ventana, noté la intensidad del gris como nunca antes, el invierno estaba avanzado y la nieve caía en Nantes por primera vez en muchos años. Arrepentida de mi sarcasmo alisté una pequeña maleta, sorprendería a mamá con mi llegada, luego llamé a René y le dije que si mis hijos o en la oficina preguntaban por mí, que dijera la verdad. Ay René, aún cinco años después de nuestro divorcio tu buena voluntad persiste; a veces es mejor perder un esposo y ganar un amigo. Todavía en el caballete el retrato de mamá, que empecé cuando supe de su padecimiento, hasta ese momento realicé que no tenía fotos de ella y tuve que confiar en la imagen desgastada que conservo en mi recuerdo. Ese mismo día también descubrí que mis finanzas apenas darían para el tiquete, la estadía no me preocupaba, en la casa de mamá había más de un cuarto desocupado. La pintura del lienzo todavía estaba fresca y por esa razón decidí viajar con él en la cabina, una excepción que diezmó aún más mi presupuesto. Por un momento imagino el avión cayendo en el Atlántico y me pregunto si estaré lista para morir, no lo sé, en cambio, si sé que a mi tumba no me llevaría fardos de culpabilidad ni arrepentimiento, simplemente porque no existen. Cuando dejé Costa Rica lo hice en forma de huida y al mismo tiempo con la esperanza de que el genio y sobre todo el reconocimiento dotaran mi pincel, no estoy tan segura de mi popularidad pero aprendí que eso no es todo en la vida. Durante mis primeros años de autoexilio, el sexo fue toda una revelación, más allá de su encantadora naturaleza primitiva, me dediqué intuitivamente al mejoramiento del acto, ¿cómo convertirlo en una práctica perfectible y nunca aceptar los límites del placer?, ¿cómo llegar armoniosa a la comunión del cuerpo?, una investigación que en mi caso requirió de múltiples parejas. Después llegó René como una culminación pacífica de tal proceso. Yo daba por sentado que todas aquellas experiencias acumuladas, me guiarían automáticamente por buen camino al lado de él, y no fue así, después de un tiempo me atacó el aburrimiento y se esfumó sin retorno el interés por mejorar. Vincent de 8 y Genevieve de 5 años, tuvieron que aceptar nuestra separación. René y yo, siempre estuvimos de acuerdo en que los hijos no eran una razón suficiente para estar juntos y que eso, lejos de alivianarles la existencia, más bien los culpabilizaba de nuestra infelicidad, tampoco el que fueran niños los deshabilitó para entender la situación, todo lo contrario. Lo primero que hice cuando salí del avión fue llamar a David, se sorprendió mucho, me dijo que tenía que contarme demasiado y a pesar de tantos años me seguía considerando su mejor amiga. Después llamé a mi hermana Aída y su tono de voz me lo dijo todo, mamá había muerto mientras yo atravesaba el Atlántico, le prometí que iría inmediatamente, me sentí mal porque me obligue a llorar y no pude, creo que la hermosura del día y el sol me impidieron hacerlo. Permanecí inmóvil con el auricular en una mano y el retrato de mamá en la otra, en el vidrio de la cabina telefónica mi rostro neutro se reflejaba. Una señora detrás de mí, esperaba el turno de la mano de su hijita, que atraída por los colores del retrato, trazó con su pequeño dedo una raya en la cara de mamá, dejando al descubierto el color blanco de la tela del lienzo. La mujer se disculpó avergonzada una y otra vez, pero mis carcajadas pudieron más y con la niña en mis brazos todo quedó arreglado. Aproveché la travesura para volver a usar el teléfono, la mujer accedió encantada. Llamé a David de nuevo y después de explicarle la situación le dije que tenía que acompañarme a casa de mamá. En cuestión de minutos apareció. El encuentro tuvo más abrazos que palabras pero no menos que las necesarias. Lo noté mejorado y más flaco, a diferencia de los hombres de su edad, su frondosa cabellera tiene más pelo que nunca, él maneja y yo le acaricio la nuca. David durante el trayecto se dirige hacia mí con tono solemne, como queriendo rendir luto a mi madre y sé que mi tranquilidad lo confunde. Me pregunta por el retrato y a causa de eso reímos un poco. Después de una hora el frío y la neblina se van cruzando en el camino.

—Gracias a Dios que llegamos—le digo.

—¿Y de cuando acá le das gracias a Dios?— me pregunta David

sorprendido.

—Desde que me dí cuenta que existen personas como vos.

En un abrazo largo nos atrapamos y Aída sale a recibirnos.

 

Días después David me llamó, para recordarme que el retrato de mamá todavía seguía en la parte trasera de su auto.

2 comments:

solange mariel said...

nice work, i can relate to the story, the place and the people. i am so proud of you, keep writing.peace. solange

rut said...

Me gusta el realismo práctico del relato, es casi como que me lo confesara una amiga, sin pena ni gloria una vida entera, como esas biografìas cortas o los currìculums de una página que están tan de moda, y uno relee y siente que ha vivido todo en los tres o cuatro segundos que tarda en llegar al final.
Gracias por compartìrmelo.
Ojalá volvamos a vernos, Un abrazo largo.