Este artículo fue publicado en la revista cultural Contratiempo de Chicago.
Por Jorge García
e Ignacio Guevara
Nuestro vehículo
El cuerpo como el vehículo portador de nuestro ser, de nuestra personalidad, es el escenario de artes marciales, danzas, dramatizaciones, terapias milenarias.
Pensemos en el yoga, los ritos tibetanos, el Tai Chi Chuan, el teatro Kabuki, el arte de los mimos, los derviches, las danzas africanas y árabes, los innumerables ritos danzarios de nuestros aborígenes de toda América, las danzas folklóricas europeas, la polka, el vals, el flamenco, el tap, la samba, la salsa, la bachata, la cumbia, el merengue, el mambo, el tango, el break dance, los aeróbicos. En los últimos años se han desarrollado experimentaciones danzarias como la “Danza intuitiva” que pretende trabajar de una manera espontánea y libre la autoexpresión desde los postulados básicos de la bioenergética. Es una manera de danzar “ad libitum”, a partir de improvisaciones del ejecutante, el cual tiende a liberar ansiedades, enfados, frustraciones, miedos, represiones. La misma ha dado excelentes resultados como terapia infantil.
El cuerpo en la palabra
Dentro del acervo de dichos y refranes, de la cultura hispánica, al igual que en la de otras tradiciones mundiales, existe un gran número de dichos, proverbios y refranes que aluden al cuerpo y a su relación con todo tipo de situaciones y emociones humanas. Entre ellos podemos citar: “Dar el frente”, “Echarse para atrás”, “Salir con el pie izquierdo”, “Meter la pata”, “Saber de la pata que se cojea”, “Tener la frente en alto”, “Darse golpes de pecho”, “Echar rodilla en tierra”, “Tener algo entre manos”, “Poner la cabeza en el picador”, “No aprender por cabeza ajena”, “Dar un dedo y cogerse la mano”, “Tapar el sol con un dedo”, “Hacerlo con las propias manos”, “Nacer parao”, “Nacer de nalgas”, “Nacer con un pan debajo del brazo”. Todavía recuerdo cuando una anciana en Cuba –siendo yo un niño- dijo que se sentía mal porque hacía tres días que no “daba del cuerpo”. Por supuesto que mi reacción inicial no fue inocente, para descubrir después que se trataba de una necesidad fisiológica elemental. También en nuestros países se usa la expresión “que me quiten lo bailao” en relación con que no le pesa a uno lo que ha disfrutado de la vida.
Cuidado con lo físico
Los que hemos emigrado a esta tierra, de tan diferente idiosincrasia a la nuestra, tenemos bien claro que cualquier manifestación de acercamiento físico que se pase de raya de los “cánones aceptables” para esta cultura son alarmantes. Esto hace que tengamos que andar generalmente reprimidos hasta encontrarnos con alguien de los nuestros. Aquí, ser demasiado físicos es un pecado que se puede pagar con mayor aislamiento social e inclusive hasta con cárcel; y lo peor de todo es que le hacemos el juego a ese aséptico distanciamiento corporal. Por eso muchas veces nos vemos obligados a reducir nuestro saludo a un frío apretón de manos en vez de nuestro acostumbrado beso en la mejilla, también a cambiar un piropo verbal por una mirada vacía, como si se tratara más bien de andar escondiendo las emociones y sentimientos. Yo, como latinoamericano, cuando pienso en este tema del cuerpo y de su necesidad de liberar de él a la líbido y toda su comparsa, no puedo dejar de evocar la conga santiaguera, el changüí, el mozambique, los bailes de santos, la mano de Macorina, la cintura de Marieta y el tumbaíto de Chencha la gambá. Por eso cuando voy por las calles de Chicago y frecuento los lugares en que la gente baila me acuerdo del piropo “si caminas como cocinas, me como hasta la raspita” o de este estribillo de la canción popular La mujer de Antonio:“La vecinita de enfrente/ buenamente se ha fijado/ como camina la gente/ cuando sale del mercado”.
Bailar con la vista, bailar con el cuerpo
Las fiestas en mi casa fueron siempre una constante. Yo era un niño de escasos cuatro años, que junto con mis primas y primos nos era permitido permanecer entre los adultos durante toda la noche. Fue así como quedé infectado con la pasión de un Lara, Gardel, Chabuca Granda, Alfredo Jiménez, Los Panchos, Sandro, entre otros. Esta colección musical estaba siempre acompañada de un baile íntimo y muy sentido que ejecutaban mis padres y familiares. El hecho de que papá estuviera ebrio y mamá sobria, no les impedía establecer una exquisita comunicación corporal; aquella mezcla radical de estados fue la que hizo nacer los pasos que siguen bailando en el salón de mi memoria. Con ellos aprendí a bailar visualmente.
Fue hacia el final de los setentas, en plena fiebre por el disco, que la salsa se me reveló. Esa tarde, mi hermano mayor estaba decidido a enseñarme lo básico para poder atacar con ritmo a las mujeres. Así inició el segundo ciclo de mi educación dancistica, a la que llamaré bailar corporalmente. Mi hermano fue claro conmigo: …si aprendes a bailar te vas a ahorrar muchas palabras… En poco tiempo comprendí el peso de sus palabras. El baile se me convirtió en un atajo efectivo, capaz de transportarme a la intimidad de una mujer y sin necesidad de abrir la boca. En este intercambio silencioso siempre fue la intuición el arma principal a la que recurrí y con la que fácilmente adivinaba los impulsos corporales de mi pareja, y talvez haya sido todo lo contrario, posiblemente era mi pareja la que se dedicaba a adivinar, pero es que cuando se baila bien, dos cuerpos parecieran fundirse en uno.
Pido perdón, demasiadas vueltas para mí
Hace casi treinta años desde aquellas primeras incursiones y ya casi una década desde que abandoné mi país. No han sido pocas ni tampoco demasiadas mis visitas a los salones de baile aquí en estados Unidos, donde paulatinamente me he convertido más en observador que participante; talvez como un recurso para intentar asimilar esta nueva forma de moverse que nunca acabo por dominar. En varias ocasiones me ha invadido el vértigo al presenciar la parafernalia corporal con la que los bailarines ejecutan precisos y rimbombantes volteretas, parte de un menú extenso de pasos que no creo llegaré a memorizar; entonces una inevitable nostalgia se me acomoda al oído para recordarme aquellos bailes que no necesitaban de tantas vueltas y mientras escarbo en la memoria me digo: a pesar de mi incapacidad nadie me quita lo bailao.
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