Friday, February 18, 2011

Hoy, el Duende llegó a Pilsen

Este texto lo escribí para la presentación del disco compacto del grupo " El Payo"

…precisamente porque ella cantó sin voz, sin aliento, sin matices, pero con una voz desnuda de artificios... «y ¡cómo cantó!».

Rubén Darío, Miguel de Unamuno, los Machado, Pío Baroja y otros escritores, pertenecientes a la generación del 27, como José Bergamín, Rafael Alberti, Federico García Lorca e inclusive el mismo Borges, no pudieron sobrevivir a los ríos de sangre y amor que cubrieron Andalucía, desatados por la tormenta del intrincado arte flamenco. Milagrosamente y en buena hora, como un ejército de lazaros, todos y cada uno sobrevivieron. Bautizados con las aguas turbias del cante jondo, la guitarra y la copla flamenca, intentaron materializar con su puño y letra, el espíritu que se apoderaba insolente de los cantaores en plena peña. Y así, por consecuencia nacieron textos: Teoría y juego del duende, Cante Jondo, Colección de cantes flamencos, Cancionero y romancero de ausencias, Cantares y coplas elegidas, Garganta y corazón del sur, etc.

Pero la copla flamenca es celosa, no se deja aprisionar ni por la literatura ni por ningún tipo de autoria. Para aclararlo sin ambages me sirvo de las palabras de Demófilo: «Las coplas populares no están hechas para venderse, ni aún para escribirse, por tanto, es imposible juzgarlas bien no oyéndolas cantar, toda vez que, no sólo la música, sino el tono emocional, les da una significación, una expresión que meramente escritas no pueden tener ( ...) La copla flamenca prefiere ser libre, no tener nombre ni apellido, ser la dueña de un cuerpo vigoroso pero efímero, que aparece solo cuando la palabra y la voz sufren la simbiosis. Entonces la copla cede y se convierte en un torrente inesperado que avasalla estructuras, formas y definiciones; a esto se le conoce como lo jondo, o aún más preciso, la hora del Duende. Para cantar una copla flamenca como dios manda, hay que ensuciarse la garganta con pureza y mucho dolor, por consecuencia se logra retorcer la palabra, igual que lo hacemos con un pañuelo empapado y escurrido sobre la piel, en lo más tórrido del verano. De esa palabra destila una poesía reescrita sobre la que ya estaba escrita. La poesía en el flamenco siempre está por inventarse y al acecho de una voz que no solo la cante bien, sino que se deje poseer sin traba alguna, como un cordero que implora el sacrificio y es conciente de que solo con ojos de muerte le podrá ver el rostro al Duende.

Sobre el Duende dice Lorca: «Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar». El Duende mata el andamiaje; le gusta refugiarse en los territorios más sombríos del corazón, caminar al filo de los despeñaderos del alma y es ajeno a la teatralidad, a la representación, a las facultades y a la pericia. Manuel Torres le decía a uno que cantaba: «Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás nunca, porque tú no tienes duende». La musa al artista le sopla al oído y el ángel, le da inteligencia. El duende en cambio, se apodera de el, utilizando una mezcla erótica del timbre y el lenguaje, una germinación y productividad que son los territorios del Duende.

Hoy asistimos a otro intento por conquistar la alquimia inherente en la poética flamenca. Hoy El Payo, convertido en un grupo de aguerridos labriegos, comprometerá su músculo artístico para arar los campos donde el duende pueda plantar la oscura y fértil luz. Quiero acariciar la seguridad de que no se quedó a vivir más allá del atlántico, porque hoy sé, que el Duende llegó a Pilsen.

Thursday, February 3, 2011

Nadie me quita lo bailao.

Este artículo fue publicado en la revista cultural Contratiempo de Chicago.

Por Jorge García

e Ignacio Guevara

Nuestro vehículo

El cuerpo como el vehículo portador de nuestro ser, de nuestra personalidad, es el escenario de artes marciales, danzas, dramatizaciones, terapias milenarias.

Pensemos en el yoga, los ritos tibetanos, el Tai Chi Chuan, el teatro Kabuki, el arte de los mimos, los derviches, las danzas africanas y árabes, los innumerables ritos danzarios de nuestros aborígenes de toda América, las danzas folklóricas europeas, la polka, el vals, el flamenco, el tap, la samba, la salsa, la bachata, la cumbia, el merengue, el mambo, el tango, el break dance, los aeróbicos. En los últimos años se han desarrollado experimentaciones danzarias como la “Danza intuitivaque pretende trabajar de una manera espontánea y libre la autoexpresión desde los postulados básicos de la bioenergética. Es una manera de danzar “ad libitum”, a partir de improvisaciones del ejecutante, el cual tiende a liberar ansiedades, enfados, frustraciones, miedos, represiones. La misma ha dado excelentes resultados como terapia infantil.

El cuerpo en la palabra

Dentro del acervo de dichos y refranes, de la cultura hispánica, al igual que en la de otras tradiciones mundiales, existe un gran número de dichos, proverbios y refranes que aluden al cuerpo y a su relación con todo tipo de situaciones y emociones humanas. Entre ellos podemos citar: “Dar el frente”, “Echarse para atrás”, “Salir con el pie izquierdo”, “Meter la pata”, “Saber de la pata que se cojea”, “Tener la frente en alto”, “Darse golpes de pecho”, “Echar rodilla en tierra”, “Tener algo entre manos”, “Poner la cabeza en el picador”, “No aprender por cabeza ajena”, “Dar un dedo y cogerse la mano”, “Tapar el sol con un dedo”, “Hacerlo con las propias manos”, “Nacer parao”, “Nacer de nalgas”, “Nacer con un pan debajo del brazo”. Todavía recuerdo cuando una anciana en Cuba –siendo yo un niño- dijo que se sentía mal porque hacía tres días que no “daba del cuerpo”. Por supuesto que mi reacción inicial no fue inocente, para descubrir después que se trataba de una necesidad fisiológica elemental. También en nuestros países se usa la expresiónque me quiten lo bailao” en relación con que no le pesa a uno lo que ha disfrutado de la vida.

Cuidado con lo físico

Los que hemos emigrado a esta tierra, de tan diferente idiosincrasia a la nuestra, tenemos bien claro que cualquier manifestación de acercamiento físico que se pase de raya de loscánones aceptables” para esta cultura son alarmantes. Esto hace que tengamos que andar generalmente reprimidos hasta encontrarnos con alguien de los nuestros. Aquí, ser demasiado físicos es un pecado que se puede pagar con mayor aislamiento social e inclusive hasta con cárcel; y lo peor de todo es que le hacemos el juego a ese aséptico distanciamiento corporal. Por eso muchas veces nos vemos obligados a reducir nuestro saludo a un frío apretón de manos en vez de nuestro acostumbrado beso en la mejilla, también a cambiar un piropo verbal por una mirada vacía, como si se tratara más bien de andar escondiendo las emociones y sentimientos. Yo, como latinoamericano, cuando pienso en este tema del cuerpo y de su necesidad de liberar de él a la líbido y toda su comparsa, no puedo dejar de evocar la conga santiaguera, el changüí, el mozambique, los bailes de santos, la mano de Macorina, la cintura de Marieta y el tumbaíto de Chencha la gambá. Por eso cuando voy por las calles de Chicago y frecuento los lugares en que la gente baila me acuerdo del piroposi caminas como cocinas, me como hasta la raspita” o de este estribillo de la canción popular La mujer de Antonio:“La vecinita de enfrente/ buenamente se ha fijado/ como camina la gente/ cuando sale del mercado”.

Bailar con la vista, bailar con el cuerpo

Las fiestas en mi casa fueron siempre una constante. Yo era un niño de escasos cuatro años, que junto con mis primas y primos nos era permitido permanecer entre los adultos durante toda la noche. Fue así como quedé infectado con la pasión de un Lara, Gardel, Chabuca Granda, Alfredo Jiménez, Los Panchos, Sandro, entre otros. Esta colección musical estaba siempre acompañada de un baile íntimo y muy sentido que ejecutaban mis padres y familiares. El hecho de que papá estuviera ebrio y mamá sobria, no les impedía establecer una exquisita comunicación corporal; aquella mezcla radical de estados fue la que hizo nacer los pasos que siguen bailando en el salón de mi memoria. Con ellos aprendí a bailar visualmente.

Fue hacia el final de los setentas, en plena fiebre por el disco, que la salsa se me reveló. Esa tarde, mi hermano mayor estaba decidido a enseñarme lo básico para poder atacar con ritmo a las mujeres. Así inició el segundo ciclo de mi educación dancistica, a la que llamaré bailar corporalmente. Mi hermano fue claro conmigo: …si aprendes a bailar te vas a ahorrar muchas palabras… En poco tiempo comprendí el peso de sus palabras. El baile se me convirtió en un atajo efectivo, capaz de transportarme a la intimidad de una mujer y sin necesidad de abrir la boca. En este intercambio silencioso siempre fue la intuición el arma principal a la que recurrí y con la que fácilmente adivinaba los impulsos corporales de mi pareja, y talvez haya sido todo lo contrario, posiblemente era mi pareja la que se dedicaba a adivinar, pero es que cuando se baila bien, dos cuerpos parecieran fundirse en uno.

Pido perdón, demasiadas vueltas para

Hace casi treinta años desde aquellas primeras incursiones y ya casi una década desde que abandoné mi país. No han sido pocas ni tampoco demasiadas mis visitas a los salones de baile aquí en estados Unidos, donde paulatinamente me he convertido más en observador que participante; talvez como un recurso para intentar asimilar esta nueva forma de moverse que nunca acabo por dominar. En varias ocasiones me ha invadido el vértigo al presenciar la parafernalia corporal con la que los bailarines ejecutan precisos y rimbombantes volteretas, parte de un menú extenso de pasos que no creo llegaré a memorizar; entonces una inevitable nostalgia se me acomoda al oído para recordarme aquellos bailes que no necesitaban de tantas vueltas y mientras escarbo en la memoria me digo: a pesar de mi incapacidad nadie me quita lo bailao.