Este texto lo escribí para la presentación del disco compacto del grupo " El Payo"
…precisamente porque ella cantó sin voz, sin aliento, sin matices, pero con una voz desnuda de artificios... «y ¡cómo cantó!».
Rubén Darío, Miguel de Unamuno, los Machado, Pío Baroja y otros escritores, pertenecientes a la generación del 27, como José Bergamín, Rafael Alberti, Federico García Lorca e inclusive el mismo Borges, no pudieron sobrevivir a los ríos de sangre y amor que cubrieron Andalucía, desatados por la tormenta del intrincado arte flamenco. Milagrosamente y en buena hora, como un ejército de lazaros, todos y cada uno sobrevivieron. Bautizados con las aguas turbias del cante jondo, la guitarra y la copla flamenca, intentaron materializar con su puño y letra, el espíritu que se apoderaba insolente de los cantaores en plena peña. Y así, por consecuencia nacieron textos: Teoría y juego del duende, Cante Jondo, Colección de cantes flamencos, Cancionero y romancero de ausencias, Cantares y coplas elegidas, Garganta y corazón del sur, etc.
Pero la copla flamenca es celosa, no se deja aprisionar ni por la literatura ni por ningún tipo de autoria. Para aclararlo sin ambages me sirvo de las palabras de Demófilo: «Las coplas populares no están hechas para venderse, ni aún para escribirse, por tanto, es imposible juzgarlas bien no oyéndolas cantar, toda vez que, no sólo la música, sino el tono emocional, les da una significación, una expresión que meramente escritas no pueden tener ( ...) La copla flamenca prefiere ser libre, no tener nombre ni apellido, ser la dueña de un cuerpo vigoroso pero efímero, que aparece solo cuando la palabra y la voz sufren la simbiosis. Entonces la copla cede y se convierte en un torrente inesperado que avasalla estructuras, formas y definiciones; a esto se le conoce como lo jondo, o aún más preciso, la hora del Duende. Para cantar una copla flamenca como dios manda, hay que ensuciarse la garganta con pureza y mucho dolor, por consecuencia se logra retorcer la palabra, igual que lo hacemos con un pañuelo empapado y escurrido sobre la piel, en lo más tórrido del verano. De esa palabra destila una poesía reescrita sobre la que ya estaba escrita. La poesía en el flamenco siempre está por inventarse y al acecho de una voz que no solo la cante bien, sino que se deje poseer sin traba alguna, como un cordero que implora el sacrificio y es conciente de que solo con ojos de muerte le podrá ver el rostro al Duende.
Sobre el Duende dice Lorca: «Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar». El Duende mata el andamiaje; le gusta refugiarse en los territorios más sombríos del corazón, caminar al filo de los despeñaderos del alma y es ajeno a la teatralidad, a la representación, a las facultades y a la pericia. Manuel Torres le decía a uno que cantaba: «Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás nunca, porque tú no tienes duende». La musa al artista le sopla al oído y el ángel, le da inteligencia. El duende en cambio, se apodera de el, utilizando una mezcla erótica del timbre y el lenguaje, una germinación y productividad que son los territorios del Duende.
Hoy asistimos a otro intento por conquistar la alquimia inherente en la poética flamenca. Hoy El Payo, convertido en un grupo de aguerridos labriegos, comprometerá su músculo artístico para arar los campos donde el duende pueda plantar la oscura y fértil luz. Quiero acariciar la seguridad de que no se quedó a vivir más allá del atlántico, porque hoy sé, que el Duende llegó a Pilsen.