Wednesday, March 11, 2009

El escritor

Sacó del hornito un pedazo de pizza humeante. Mientras masticaba bufando,  una buena idea lo invadió y apresurado corrió a escribirla antes de que huyera sin dejar rastros. Su raquítica memoria lo mantenía en emergencia, de la comida a la máquina de escribir y viceversa. No pudo llenar un renglón siquiera y al leer, le subió un mareo. Sin fe, intentó cazar el pensamiento; para ayudarse, buscó la pose que más le convenía, las dos manos en la cara, a ojos cerrados, o la mirada perdida en la ventana, pero nada. Fue su estómago, tirano e irreductible el que de una vez por todas le arrebató la concentración. Abrazó la máquina de escribir desconsolado, sintiendo como el teclado imprimía en su cara círculos fríos.

Se levantó y decidido vacío toda su comida en una bolsa, tocó el timbre de la vecina pedigüeña y la dejó frente a la puerta.

Volvió  a su silla, oyendo como sus tripas heridas gemían igual que gatos en celo;  aun así luchó, ignorando sus quejas biológicas. Buscó de nuevo las poses, las manos, la cara, la mirada, la ventana, y nada. Sus uñas convertidas en migajas, sosegaron las protestas gástricas temporalmente.

Vamos, yo puedo, yo puedo— pensaba.

Pasaron la horas, todo igual, sin ideas, el estómago gritando, la noche en el cuadro de la ventana. Las manos necias iban y volvían a su boca, y él, mascaba, mascaba y mascaba.

Hubo una señal, la luz le rozo el pensamiento y el material en bruto se pulió inmediatamente, entonces empezó a rodar la historia sin esfuerzo, la potencia de los acontecimientos lo paralizó por un momento, espectador ante su propio cerebro gozó las mieles de la creación, cada segundo era un pivote capaz de inyectarle avance a su novela, y con un minuto armó capítulos enteros. Tenía que escribir, era ya o nunca, antes de que la memoria se redujera y volviera a caer en el vicio del miedo. Sus mandíbulas trituraban, mascaba, mascaba y mascaba. No hubo interferencias estomacales, pudo recordar toda la historia desde el principio, al mismo tiempo que la novela germinaba imparable. Sus maxilares exhaustos continuaban moviéndose, era preciso escribir, acercó sus brazos al teclado y con horror advirtió que ya no tenía manos, que se las había comido por completo, mientras en su cabeza veía pasar la más hermosa novela. 

Este cuento nació como parte del Taller Literario impartido por Hernán Alejandro Isnardi, director de la revista de literatura " La Máquina del Tiempo".

www.lamaquinadeltiempo.com

1 comment:

Danzit said...

Lei el cuento del escritor que se comio las manos, me dio una sensacion fea, no me lo espere, me dejo pensando durante el dia , reflexionando que aveces uno se come las manos o se come las manos de los otros y no los deja ser y me refiero en especifico a los hijos. Lucho dia a dia para que eso no pase!!
Besitos Nachito y sigue adelante que te veo feliz en lo que estas haciendo.