Friday, April 17, 2009

El reflejo

Eran las cuatro menos siete, llovía afuera, y adentro hacia frío. Con las manos en los bolsillos salí de mi cuarto a desentumecerme; la sala estaba aún más fresca y no menos sombría. Abrí las persianas pero la luz entró desteñida, sin ese efecto que suele tener en la oscuridad. Aunque dos días atrás lo hubiesen cortado, seguía viendo el árbol por la ventana, como un recién apuntado sigue sintiendo su pérdida. El aserrín salpicado por el patio me recordó la sangre en la escena del crimen, pero me alegré al mismo tiempo, no fuera que con el próximo tornado las enormes ramas destrozaran la casa, de eso nos salvamos hace poco; pero por más malo que sea un árbol siempre duele verlo morir. 

A mi alrededor flotaba una familiaridad que me había costado cinco años conquistar, y no lo niego, me sentí feliz, propio, para nada ajeno. Contra el techo se estrujaban dos globos, los únicos vestigios de una fiesta reciente. A través de la puerta oí la presentación del programa favorito de papá, a quien últimamente le podía oler la muerte; no era pesimismo, era ley, aunque a los ochenta y cinco seguía lúcido y conservando su habilidad bilingüe; pero me alegré de nuevo, al recordar las conversaciones de mi madre, en donde expresaba el alivio de tenerme cerca para acudir en cualquier emergencia, más ahora que el viejo no podía caminar; me sentí útil, querido,  y con una importante misión. Respiré hondo y tranquilo, como una consecuencia de mi bienestar, el olor de la casa se reconoció en los espejos de mi olfato; que bueno era estar aquí.  El sofá rojo que compré años atrás para mi apartamento de soltero, dividía la sala en dos; sentado allí hice cosas que jamás me atrevería a repetir aquí; no se confunda, no maté a nadie, hablo de ciertas libertades que uno se toma exclusivamente entre amigos. Esta era mi casa, no solamente en presente, también en futuro, porque mamá ya me ha dicho que soy yo su heredero. Posiblemente permanecería aquí por muchos años; un augurio que cualquiera podría adivinar; de manera natural me convertí, a falta de hijos, esposa y compromisos, en el único candidato disponible para cuidar a los viejos y lo que quedara después de muertos.

En la chimenea crepitaban los troncos, un murmullo tibio al que me acerqué frotándome las manos; sobre su cornisa, las fotos apiñadas de mi familia daban la impresión de abrigarse con el mismo calor. Desde allí miré la sala, a mi izquierda el piano y la puerta, y a mi derecha, el escaparate repleto de cristalería nueva. Arriba de toda mi ascendencia, se ubicaba un enorme espejo que mamá mantenía rutilante, y al que me asomé curiosamente por primera vez en años, ignorado simplemente por una cuestión de locación. El reflejo, como era de esperar, lo invirtió todo, ahora a mi izquierda el escaparate, y a la derecha la puerta y el piano, cambio que despojó la familiaridad que me había hecho sentir tan dueño de aquel espacio. Me mantuve unos segundos frente a mí con la intención de restituir mi paraíso perdido sin lograrlo. Giré desesperado para tratar de hallar la distribución inmobiliaria de siempre, pero ahora frente a la sala, no encontré más que la inversión idéntica que había en el espejo. 

Este cuento es resultado del Taller Literario impartido por Hernán Isnardi, director de la revista literaria "La máquina del tiempo".

Wednesday, April 8, 2009

Un árbol soñó


Un árbol soñó que encontraba a su gemelo. No hablaron, solo se miraron largo y tendido, igual que cuando uno se queda plantado frente al espejo y en silencio. Despertó agitado, con la imagen del hermano todavía impresa en su memoria; por dicha el sol lo sacó gentilmente de sus tinieblas, además, la pareja de cardenales rojos le hizo visita para comunicarle el mensaje primaveral, y como todo agradecido anfitrión, no tuvo otra que maquillar su angustia con una fraternal bienvenida. La mañana pasó fugaz entre ventiscas atestadas de polen que avivaron su fertilidad, pero aún así, le fue imposible librarse de su atormentada certeza que lo forzaba a creer que su gemelo existía y estaba cerca, muy cerca. Pasó mucho tiempo en este trance, consumido en una vigilia que los pájaros y demás árboles le resintieron. Se olvidó de la hospitalidad para con sus visitantes y los retoños, que eran regla de la estación, en sus ramas nunca florecieron. De manera frecuente, el gemelo se le aparecía, y con cada encuentro más lo echaba de menos. Todos a su alrededor rumoraban lo mismo: que se había vuelto loco, esquizofrénico, antisocial; y poco a poco una condena inevitable cayó sobre él.

Fue el cuervo quien se ofreció, con más goce que remordimiento, a ser el mensajero de la triste noticia. Después de repetir a todos lo que iba ha decirle al árbol, partió volando seguro.

—Eres el primero que me visita en meses— dijo el árbol.

—Razones habrán de sobra ¿no crees?— contestó el cuervo.

—¿A qué vienes?

—A decirte que pronto morirás.

—Si no me aceptan aquí por culpa de mis sueños, de que vale la vida.

—La vida vale cuando se vive, no cuando se sueña.

—¿Y si se sueña sintiendo que se vive?

—Eso no lo sé, y sospecho que ninguno de los otros será capaz de contestarte.

—Me pregunto entonces para qué molestarse.

—No queremos que se nos juzgue de indiferentes.

—¿En vez de estar revoloteando a mi alrededor porqué no descansas en mi rama?

—Me da miedo, estás muy débil, no vaya a ser que te la quiebre.

Tras un enérgico aleteo desapareció el cuervo, dejando solo una pluma que flotó entre sus ramas por largo rato. El cielo de gris se cubrió y un coro de pájaros enloqueció; todos los árboles agitados comprendieron que la tormenta estaba próxima. Rápidamente el paisaje quedó borrado por la lluvia, que castigaba con una agresividad sin precedentes. El árbol se balanceó sin control, provocando dolorosos traqueos a lo largo y ancho de su tronco; las ramas, arañaron peligrosamente los techos de la casa que había protegido con su sombra por treinta y cinco años. Después el estruendo y la confusión aumentaron. Por primera vez, presenció con horror el cuerpo negro del huracán adonde giraban carros, casas, cuerpos y otros árboles; un sanguinario espectáculo que aumentaba el caos a cada momento; era inútil no someterse a la vorágine. De pronto todo lo percibió pausado y tuvo el tiempo justo para desviarle a su rama la trayectoria, que amenazaba con partir en dos la techumbre de la casa. Los vientos mantuvieron todo revuelto pero lo peor ya había pasado. Resistir en pie, sin duda fue la lucha más vigorosa librada por él.

Al día siguiente, una mujer ágil escalaba por entre sus fracturadas ramas, y fue por el rugido de la motosierra que el árbol comprendió la visita. Que injusto era todo aquello, de nada le valió su empeño por salvar la casa. Vencido sobre el césped del jardín, miró por última vez alrededor; muy duro partir después de tantos años; pero se contuvo y no lloró, si él no lloraba entonces quién lo estaba haciendo. Agónico reconoció que desde sus raíces provenían los lamentos, y paralelamente recordó a su gemelo sin poder explicárselo.

—¿Porqué lo estoy recordando? Se preguntó el árbol.

—Porque yo soy tu hermano— contestó una voz en silencio.

Su alma escapó por las mutiladas raíces, recorriendo circuitos ciegos adonde reconoció a su gemelo, y entonces supo, que siempre debajo de él, lo que se escondía era un espejo.

El árbol despertó de la pesadilla adentro de un cuerpo diferente, uno muy rígido y limitado. Mientras trataba de adivinar su nueva forma sintió en la espalda como una mujer le clavaba los codos, no se equivocaba, era una mujer, sí, una mujer que estaba escribiendo. Después de una pausa, ella se levantó y en voz alta dictó el siguiente texto:

Un árbol soñó que encontraba a su gemelo. No hablaron, solo se miraron largo y tendido, igual que cuando uno se queda plantado frente al espejo y en silencio.

Este cuento nació como parte del Taller Literario impartido por Hernán Alejandro Isnardi, director de la revista de literatura " La Máquina del Tiempo".

www.lamaquinadeltiempo.com